Publicado en La Nueva España (19/11/2012)
Hay un no se que incómodo en toparse con la imagen del logo de Orange estampado en los créditos de una película afgana. Una inmoralidad de base en ver exhibido el dinero del primer mundo, y sus iconos, en un film dedicado a retratar las penurias del tercero. Aunque quizás esto sea cosa mía.
En todo caso constata el hecho de estar frente a una producción francesa que acomoda al gusto estético internacional las realidades afganas. Ahí está el trabajo de cámara y el tratamiento de luz y color realizado por el excelente Thierry Arbogast, habitual director de fotografía de Luc Besson. Pero resulta que es este estilo el que personaliza la película, apartándolo del canónico modo de representación documental que el cine iraní fue contagiando a otras cinematografías asiáticas. Con lo cual no se sabe si termina por se para bien o para mal. Depende de la medida, en todo caso.
Es también este acabado, de tal plasticidad que termina por resultar empalagoso, la herramienta que Atiq Rahimi utiliza para escapar de la monotonía. Por un lado el movimiento constante de la cámara y la elaboración/reconstrucción del encuadre evitan el frontalismo teatral. Por el otro la continuidad del monólogo interior se rompe mediante saltos al pasado, evocaciones, irrupciones de la guerra desde su espacio en off o apariciones episódicas de distintos personajes instrumentales: solo sirven para hacer evolucionar el carácter femenino central. Carecen de entidad por si mismos, además de ser un cúmulo de tópicos dignos de una literatura más cerca de los aeropuertos que del Goncourt que la novela de base, escrita por el propio Rahimi, recibió en 2008.
The Patience Stone no es, pese a lo aparente, una película realista, sino una simbólica que sigue el viaje de una mujer al centro de si misma. Y la planificación acariciante, como un vaivén, contrasta con la crudeza del drama para potenciar la estilización que permita el objetivo de disolver el realismo.
Cada vez más aislada, la mujer sin nombre que encarna la actriz iraní exiliada Golshifteh Farahani, encontrará la regeneración, espiritual y física, a través de la confesión visceral realizada al cuerpo comatoso de su marido, un combatiente musulmán herido. Un encadenado de narraciones, a veces viscerales, a veces sensuales, otras impúdicas, en algún punto entre Sherezade y Cinco horas con Mario que tienen como objetivo la ruptura en absoluto. Para ello la muerte metafórica deberá hacerse literal, rozándose, paradójicamente, las fronteras de lo fantástico.