La ciudad, la noche, los coches: Driver. Los imprescindibles, ECI

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Extracto del libreto interior:

*3. Los coches

Si Jean-Pierre Melville hubiese dirigido alguna vez un western este se parecería Driver. Puede decirse, también, que el film de Hill es un equivalente a los westerns sin fin ni principio, cíclicos, eternos, espectrales, esenciales de Bud Boetticher con Walter Hill sustituyendo los paisajes marcianos de un desierto repetitivo y obsesivo por las calles de una ciudad igual de marciana, igual de anónima: un no-lugar, ajeno a cualquier realidad que no sea la del relato.driver alley

El pasado del conductor es un interrogante, su futuro, un vacío, y su presente un borrón. El conductor es lo que hace, su psicología es la del cilindro y la velocidad, el prodigio de sus manos y su rostro imperturbable lo definen con mayor precisión y profundidad que cualquier diálogo

En las largas y complejas secuencias de acción/persecución que puntean Driver, como los duelos puntean el western, Hill prescinde de música. Esta es sustituida por la banda sonora abstracta, dodecafónica, de los frenazos, choques y acelerones: el sonido hermoso y destructivo de la caza y la colisión. Un equivalente al “chan-chan-bara-bara”, el ruido del acero y la carne, que da nombre, “Chambara” al cine de espadas japonés ya que Driver tiene también algo, mucho de cine de samuráis, de acuerdo a ese sincretismo de Norteamérica/Europa/Japón que define a Melville, Leone e incluso Boetticher.

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Como John Boorman ya había hecho en A quemarropa cuando Lee Marvin daba una paliza a un tipo por la persona interpuesta de su coche, Hill traslada la fisicidad de los cuerpos a las máquinas, dotando al film de un eco casi de ciencia ficción, complementado por esa ciudad de color verde agua. Y como en el western no decide la herramienta, sino las habilidades del profesional: en el duelo final de Driver el conductor se enfrenta a un potente deportivo con una furgoneta; no importa.

El conductor decide sus duelos cara a cara, coche contra coche, con la misma estilización violenta, de tebeo, con la cual Sergio Leone llevó el western norteamericano al territorio del hipermito, de la abstracción total, para contemplar fascinado sus mecanismos puros y dilatarlos/comprimirlos a voluntad. El conductor es la pistola y el coche es su bala, o a veces sus puños, y matar al coche equivale a matar al hombre.

Como en la un año posterior Mad Max, salvajes de autopista (Mad Max, George Miller, 1979), a su vez deudora tanto de la retórica/estética del Spaghetti-Western como del cómic, los duelos se deciden lanzando un coche contra el otro, enfrentando voluntades transferidas a las carrocerías y motores: el que se aparte pierde, el que se aparte muere.*

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