Horizonte urbano: El misterio del tatuaje. El cine negro de la RKO

El misterio de tatuaje (The Tattooed Stranger), Edward Montagne, 1950

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Extracto del libreto interior: 

*(…) películas tan pequeñas como esta, ocultas durante mucho tiempo porque su propia naturaleza indicaba que no eran más que excedentes de producción, restos de serie desechables, ofrecen, además de un despreocupado entretenimiento de una hora, un inesperado vistazo al pasado, una serie de fotografías en movimiento que reproducen, estilizada por la capa de ficción, la realidad como fue;  una realidad quizás superficial, puramente testimonial, estética, de lugares y apariencias, pero a la vez singular, exacta, literal.

El extraño de tatuaje con su necesidad convertida en virtud, retrata un Nueva York vívido, de afilado naturalismo, muy por encima de su mínima historia de policías abnegados, capturado casi siempre a plena luz del día y en localizaciones ajenas a lo decorativo pero de gran impacto paisajístico. Es como una ciudad oculta, un Nueva York que no es de película que de alguna manera impremeditada se ha colado en una película y que con su mixtura de belleza cruda y fealdad orgullosa la coloca, vista hoy, muy por encima de su posibilidades reales. A excepción de una secuencia de interiores, que tiene lugar en los intestinos de una morgue, fotografiada y filmada en estilo noir, es decir mediante claroscuro expresionista, todo el metraje es luminoso y directo, aunque nunca ramplón ni pedestre.

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La ciudad está capturada, no sé si por Edward Montague, su director y responsable un año más tarde de un curioso noir paranoico, The Man whith My Face, o por el veterano operador William Steiner, quien llevaba desde el silente trabajando con la luz en blanco y negro, con un asombros ojo de fotógrafo. Como si ambos fuesen conscientes de que el increíble fondo era mucho más poderoso que el drama que se desarrollaba sobre él privilegian los espacios, el horizonte urbano, mediante el tipo de encuadre y la luz natural que resalta los edificios y la profundidad casi como si fuesen portadas de alguna edición imaginaria de Life.

Hay un belleza genuinamente norteamericana en esta película tan pequeña que la hace especial, digna de ser desenterrada de entre todo el escombro cinematográfico que todavía se apila producto de una época de fabricación industrial y masiva, también entusiasta. Un tipo de material que nadie puede decir que sean imprescindible ni memorables, quizás la mayoría ni tan siquiera sean buenas, pero tiene algo; son como esas canciones de grupos perdidos que primero Elektra y luego Rhino se dedica en recopilar bajo el sello Nuggets (pepitas de algún metal precioso), trallazos de música sixties por completo oscuros, solo pequeñas canciones que ya no importan a nadie excepto a los adoradores de la cultura popular de los márgenes, como estos títulos B y menos que B son solo pequeñas películas solo importan a esos mismos tipos devotos de los mínimo, de que quedó tirado por el camino y ahora es un tesoro, maltrecho quizás, medio abollado, pero reluciente en alguna de su partes: como una pepita de oro sucia.*

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